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Consecuencias emocionales de la Dislexia

Los niños con trastornos del aprendizaje en general, y con dislexia en particular, corren el peligro de presentar alteraciones en su vida afectiva como consecuencia de los continuos fracasos que experimentan tanto en el ámbito escolar como en sus actividades de la vida cotidiana, que incluye continuamente acciones o tareas propias del dominio de sus dificultades.

El niño disléxico fracasa en el colegio y recibe de una manera continuada, directa o indirectamente, de manera pasiva o activa, mensajes verbales y valoraciones negativas del entorno escolar, social y familiar, es decir, de todos los ámbitos donde el niño se encuentra inmerso. Poco a poco se va a ir concienciando de su incapacidad para superar los obstáculos que se le presentan a diario, no pudiendo, a pesar de su esfuerzo, salir adelante.

Esta situación de fracaso continuado perdura en el tiempo, y al no recibir la ayuda adecuada en el sistema escolar, pierde la motivación hacia el aprendizaje, y lentamente desarrollará un sentimiento de inseguridad hacia sí mismo y hacia sus capacidades. Su desconfianza en ser capaz de hacer algo se generalizará a otras actividades de tipo extraescolar, afectando a todos los ámbitos de su vida.

Se produce, en consecuencia, una espiral de fracaso, un círculo vicioso, puesto que el miedo al fracaso que experimenta le lleva a una reducción de su productividad por inseguridad y como evitación de la constatación de sus dificultades, no se enfrenta a los nuevos aprendizajes, aconteciéndose un fracaso real y secundariamente la constatación del miedo al fracaso del principio.

A partir de aquí se pueden desencadenar problemas emocionales y/o conductuales tales como ansiedad, en cualquiera de sus formas, manifestada más habitualmente en problemas en la alimentación (disminución o aumento del apetito) el sueño (insomnio, pesadillas…) o somatizaciones, es decir, molestias o dolores corporales fruto de la tensión psíquica vivida (cefaleas, vómitos, abdominalgias…), sintomatología depresiva (sentimientos de fracaso, inseguridad, dificultades escolares, tristeza, labilidad emocional, cambios bruscos de humor…), trastornos relacionales secundarios a su pobre autoconcepto, apareciendo dificultades en la interacción con sus compañeros, trastornos en el comportamiento manifiestos a través de una conducta perturbadora de compensación de tipo agresiva o provocadora, como mecanismo de defensa ineficaz, y baja autoestima.

Si el fracaso perdura en el tiempo y se repite de manera recurrente, como suele suceder, el daño en la autoestima se irá incrementando paulatinamente. El niño se desmotiva, se descorazona, se repliega en sí mismo y pierde el interés por los otros niños del grupo puesto que su nivel de competencia es muy inferior al modelo escolar establecido. Se margina de la clase. A mayor número de fracasos, las sanciones y las reprimendas aumentarán, así como la sensación del niño de ser incapaz y de pensar que no sirve para nada.

Si el trastorno no se detecta adecuadamente y se trata a tiempo, el problema puede aumentar y complicarse rápidamente. Es por tanto indispensable un diagnóstico precoz tanto para superar con éxito la educación reglada y reducir el retraso en los aprendizajes como para evitar la afectación emocional lo máximo posible. Cuando un niño con dislexia accede a la educación primaria, encuentran que su ritmo deaprendizaje no se asemeja al de sus compañeros y es incapaz de integrar la información escrita de la misma forma que los otros, lo que hace que sea valorado negativamente, en detrimento de su dificultad, por adultos e iguales. Es aquí donde empiezan a manifestar los primeros signos de malestar emocional, el cual muchas veces no es detectado en su justa medida por el entorno y desencadena, paralelamente a la evolución del problema de aprendizaje, verdaderos trastornos emocionales.

Los niños que padecen dislexia suelen ser tildados de inmaduros, poco motivados o de vagos desde el entorno cercano, así como incapaces y nulos por sí mismos.

Cualquier actitud punitiva, de exceso de normatividad, de seriedad, distanciamiento emocional y/o castigo ante los problemas de aprendizaje por uno u otro entorno, determinan la vivencia del niño ante la dificultad, y aumentan o disminuyen suautoestima.

De acuerdo con información del Centre de Desenvolupament Infantil, de Palma de Mallorca, España, los conceptos y expresiones que comúnmente los niños se forman de ellos mismos, tras padecer dislexia, suelen ser:

  1. “Antes pensaba que era tonto” “yo también” “y yo…” 2. “Pensaba que los demás podían y yo no” 3. “La pasaba muy mal en función del profesor que tenía” 4. “Pensaba que me pasaba algo porque no sabía escribir y leer como los demás” 5. “Pensaba que era inferior a los otros” 6. “¡No sé qué me pasa!” 7. “Estaba triste y no tenía ganas de hacer nada” 8. “Pensaba que era tonto, un inútil y que no se me daba nada bien”

Por ello, es muy importante la implicación familiar en relación a la dislexia, tanto en referencia a los aprendizajes como en el apoyo emocional. El papel de contención y de apoyo afectivo es esencial para favorecer la seguridad y mejorar el autoconcepto.

Las actitudes educativas asistenciales y personalizadas basadas en el amor, en el cuidado y en el establecimiento de límites adecuados, sin sobreprotección ni restricción, les ayudan a enfrentarse mejor su dificultad. El sentirse apoyados por sus padres en su problemática, les hace ver que son aceptados y queridos: “Ellos me ayudan siempre y no me castigan si saco alguna mala nota, porque valoran mi esfuerzo…”.

El no encontrar un ambiente compensador en el hogar puede desencadenar mayores desajustes emocionales. En cambio, aquellos que reciben un apoyo emocional en relación a la dislexia, por ambos padres, muestran mayor compensación afectiva que los otros. Padres hagan consciencia y apoyen a sus hijos , ellos merecen ser felices. Para mas información ChoiceSmart Edu Neuropsicología Cognitiva

Tratamos dislexia con resultados garantizados.

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